La Sorpresiva Cabaña

Capítulo 1

«No subestiméis a la policía. Pero hay cosas que vosotros no podéis hacer. Por ejemplo, romper un brazo al que no quiere hablar, o saltarle los dientes con la culata de una 45 cuando necesitáis recordarle que la cosa va en serio»

Mikey Spillane

CHICAGO

Cuando Lester Cooper recibió la llamada de teléfono, enseguida supo por el prefijo que le llamaban desde Chicago. Era James Palmer. Alguien le había contado que Lester lo sabía todo sobre la caza y la pesca en Burt Lake y él quería confirmar si era verdad que en aquel lago abundaba la pesca.

Lester nunca pudo imaginar que esa simple llamada alteraría el curso de la vida de sus convecinos de Indian River.

—Si lo que quieres es pasar unos días tranquilos pescando o cazando has elegido el mejor sitio —Lester Cooper enseguida lo tuteó, por la voz parecía que era un tipo de mediana edad como él, y eso le gustaba. Además, a muy pocosurbanitas de Chicago les seducía la naturaleza, así que eso todavía lo hacía más interesante.

—A mí sólo me interesa pasar unas vacaciones pescando y alejado del mundo —calló un momento como buscando la mejor manera de aclarar una cosa—. Eso que dices de la caza no me interesa —contestó James finalmente.

—De acuerdo, solamente te lo decía para que supieras que aquí hay muchos ciervos, jabalíes y algún oso.

—¿Osos? —preguntó James con un tono de sorpresa, pero que denotaba que dudaba de que Lester le estuviera diciendo la verdad o por lo menos que pensaba que exageraba.

A Lester ese tono le molestó, siempre lo mismo, los hombres de ciudad se creen que los osos crecen en el parque zoológico.

—Bueno, tú mismo… ¿Corres bien? —contestó con un tono un tanto cortante.

—Creo que sí. ¿A qué viene eso ahora? ¿O es que para coger peces hay que correr? Lester soltó una carcajada ydijo:

—No, ni para coger peces ni si te cruzas con uno de esos osos de los que dudas. Por eso te lo digo.

James captó la indirecta, ese hombre le caía bien, era directo como él. Lo tenía bien merecido, en cierto modo sehabía metido en un jardín del que no tenía ni idea. Pero siempre le pasaba lo mismo: acostumbrado a que sus clientes amenudo hablaban con medias verdades, ya no sabía distinguir cuando era una cosa u otra.

—Verás, debes disculparme, ya sabes lo que se dice de los que vivimos en Chicago, que

somos desconfiados. Pero dejemos eso y háblame de la pesca.

—Eso está mejor. Mira, debes procurarte dos cosas aparte de la casa: una barca y una licencia de pesca del condado.

—¿Eso me lo puedes solucionar?… por el precio no hay problema. Se hizo un silencio.

Ya estamos otra vez —pensó Lester—, siempre igual, nadie ha dicho nada de dinero y ya está poniendo eso por delante. Desde luego estos tipos de la ciudad que deben cerrar sus casas con llaves y sus coches con antirrobo; no tienen ni idea de que es vivir en un pueblito donde todo es más natural, pero qué le vamos a hacer.

—Lester ¿estás ahí? —preguntó James extrañado del silencio.

—Sí, aquí estoy. Mira, yo no he hablado de dinero; eso ya se verá si decides venir.

Otra vez James sintió que había metido la pata; es que desde la separación de Cynthia no acertaba una, de verdad que necesitaba esos días de soledad para centrarse.

—Tienes razón, eso ya lo hablaremos, pero repito ¿tú me lo puedes solucionar?

—Claro. ¿Cuándo quieres venir?

—La semana próxima. Si todo va bien espero estar tres o cuatro semanas.

—Hay una pequeña fonda que lleva el amigo Frank Becker, pero ahora está haciendo obras. Sin embargo, tiene una cabaña a orillas del Burt Lake que utiliza para pescar y cazar, es pequeña, está totalmente aislada, y dispone de una buena barca. Si eso te parece bien, pues ya está. Frank conoce estas montañas como la palma de la mano, seguro que algún día te acompañará por el bosque. Otra cosa, me has de mandar fotocopia de tu documentación para lo de lalicencia.

—No hay problema. Lo de la casa es precisamente lo que necesito. Ya te dije antes que busco unos días apartado del mundo. Pero dime, qué tipo de peces hay en ese lago, para llevar los aparejos adecuados.

—Eso me gusta, veo que no eres uno de esos turistas que traen cañitas de juguete para pescar. Verás, lo que más abunda son los lucios, la mojarra negra, las luciopercas y en menos cantidad el pez sol; pero para este último hay que venir preparado.

—Sí, ya lo sé. Bueno, pues te llamo antes de salir. Cuando llegue a Indian River, ¿dónde voy?

—Ve a la fonda Little Beckeryo ya lo tendré todo preparado. Ya sabes, al salir de Chicago tomas la 94 hacia Detroity al llegar a Ann Arbor la 75 hacia el norte, pasado Gaylor, a veintiséis millas, llegas a Indian River. Es la ruta por autopista, un poco más larga pero más rápida.

—¿Cuántas millas hay desde aquí?

—Unas trescientas sesenta, calcula de seis a siete horas. Por cierto, trae algo de ropa de abrigo. Ya sabes, en elnorte del estado de Michigan el tiempo es más duro —se calló de golpe,

sin duda pensaba que se dejaba algo—. Que bruto soy, no te he dicho que me llamo Lester Cooper.

—Tienes razón, y perdona, yo tampoco te lo dije, mi nombre es James Palmer.

¿Quieres que te mande alguna paga y señal? Lester al oír eso pensó: por Dios, ¡otra vez eso!

—No hace falta, ya me diste tu dirección y teléfono. Acuérdate de mandar tu Passport Card.

—Faltaba decirte que soy detective privado, pero eso me has de prometer que lo mantendrás en secreto —Jamesprefirió decirle esto, de todos modos, lo iba a saber al recibir la fotocopia de su Passport Card.

—Te lo prometo, pero no entiendo… —paró en seco como si lo que iba a decir fuera una metedura de pata. James enseguida supo qué era lo que le quería preguntar, estaba acostumbrado a este tipo de cosas, siempre a sus clientes les faltaba un pequeño empujón para que acabaran la pregunta.

—Mira, Lester, es muy sencillo, cuando la gente se entera de que uno es detective le creen distinto a los demás y ya te dije que quiero tranquilidad.

—Sí claro, lo entiendo, pero ¿si me preguntan qué digo?

—Pues que soy agente de seguros. ¿Te parece bien?

—De acuerdo, hasta el lunes próximo.

James colgó presionando con un dedo el interruptor de gancho y se quedó con el micro apoyado sobre el pecho. Miraba a un punto indeterminado de la pared frontal de su despacho, se preguntaba si no se había precipitado en cerrar ese trato, no estaba seguro de si esos días de soledad le iban a ir bien; claro que en estos últimos meses no estaba seguro de nada.

El ruido de la puerta al abrirse y entrar su socio fue como un trueno que le hizo aterrizar en la realidad.

—Vaya, ¿otra vez estás así?

—¿Cómo? ¿Qué dices? —respondió James.

—Pues que estás como un extraterrestre. Amigo James, te vuelvo a decir por enésima vez que te vayas de una puta vez. Descansa y céntrate, llevas demasiados meses así, agilipollado. Suerte que hemos resuelto bien la prueba deinfidelidad de la esposa del ruso y ha tenido un buen divorcio, y eso nos ha dejado mucha pasta. Pero si no cambias de actitud, tendré que dejar de ser tu socio.

—Fabio, no digas eso, ya sabes que me cuesta aceptar lo de Cynthia y, para que lo sepas, acabo de cerrar el viaje; el lunes me marcho un mes a pescar. Ya verás, cuando vuelva todo va a ser como antes, te lo prometo. Y lo del ruso, me refiero a Alex Vasilin, tienes razón, nos ha dejado dinero. Pero ese millonario me huele muy mal y ya sabes que me cae fatal.

Fabio Petrini era un personaje de mirada ruda y modales bruscos, lo que podríamos decir un tipo duro. Quizás no tuvo más remedio que ser así por sus crudas vivencias de juventud y por defender su diferencia: era bajito y regordete y para colmo con acento italiano. Además, corría la leyenda urbana de que su padre algo tenía que ver con la mafia italianay que por eso su único hijo, para contradecirle, se sacó la licencia de detective en Los Ángeles y luego se trasladó aChicago. A esa leyenda contribuía que todo el mundo sabía que Fabio Petrini era un entendido en el estudio de lasmafias.

—Es que no solamente es lo de tu chica… son más cosas, ¡coño!

—¿Qué quieres decir con eso?

—Nada, vete tranquilo y ya hablaremos a tu vuelta.

—No, amigo, nunca acabas las cosas; siempre igual. Somos bien diferentes, es verdad, pero nos complementamos. Así que acláreme eso que has dicho de que son más cosas.

Fabio se sentía pesaroso de haber dicho eso, esa misma mañana se había hecho el propósito de darse otra oportunidad antes de dejar el despacho, esperaría a que James volviera de esas vacaciones y quizás vendría cambiado. Hablar ahora de eso precipitaba las cosas de forma gratuita.

—¡Joder, quieres calmarte de una puta vez! —dijo Fabio, que solía tener arranques de ira de los que pronto se arrepentía, y desparecían como el agua por el desagüe—. Anda, no me marees más y lárgate a pescar. Repito, ya hablaremos cuando vuelvas. —James no dijo nada, solo apretó fuertemente los puños, se le enrojeció la cara y las aletasde la nariz le palpitaban—.

¡No me jodas, tío! —replicó Fabio—, no te pongas así, que no hay para tanto.

—¡Es que me tienes hasta las narices con tus prontos y me sacas de quicio con esa actitud!

—James había elevado el tono—. Solamente preguntaba qué querías decir con eso que has dicho de que son más cosas.

Fabio no contestó, sacó un pitillo, lo encendió despacio, aspiró con fuerza y expulsó el humo por las ventanas de la nariz como si fuera un dragón mitológico atacando. Miró hacia la ventana con una mirada ausente y las palabras lellegaran con retraso, como sorteando el cerebro saturado de recuerdos.

—Sí, ahora eso —exclamó James—, hazte el interesante y deja las cosas como siempre, en el aire.

Fabio giró la cabeza le miró directamente a los ojos de manera desafiante y le dijo:

—¿Estás seguro de querer saber la verdad?

James inclinó la cabeza en signo de afirmación, aunque ahora, al observar la mirada de Fabio, dudó de si ese hombre tendría alguna cosa escondida que él no supiera.

—Pues bien, te la voy a decir. Te he estado salvando el culo todos estos años… James le

interrumpió bruscamente cortándole.

—¡Pero qué dices!

—No me interrumpas, cuando acabe ya dirás lo que quieras. ¿No querías saber la verdad?, pues escucha. Por supuesto que te he estado salvando el culo. —Hizo un gesto como dudando de soltar lo que quería decir; era una cosadura, pero era la verdad, así que prosiguió sin más—: Mira, tú no sirves para detective, eso está claro. —Lo miró para ver cómo encajaba eso y prosiguió—: La historia es sencilla, chico guapo, universitario, después de graduarse en la Academia de Policía de Chicago… bueno, la CPD, como vosotros la llamáis. —sonrió y dijo—: Siempre me ha hechogracia eso de las tres letritas, es como si quisierais darle más importancia. Bueno, a lo que iba, pronto ese joven obtiene el título de detective de tercer grado y le asignan a la oficina de detectives de la división de narcóticos, se da cuenta de lo podrido de todo ese asunto y, por defender los principios, pierde a su chica, y al final sale del cuerpo y se monta como detective privado, a buscar infidelidades, divorcios, robos domésticos y cosas de poca monta.

—Eso no es exacto, bien que hemos resuelto casos difíciles.

—Es cierto a partir de que llegué yo. Mira, te falta madera para esto, eres demasiado blando y excesivamente académico, y las normas a veces se han de saltar para poder resolver y eso lo hemos discutido demasiadas veces.

—No tienes razón, yo a veces me salto las normas si es necesario.

—¿Estás seguro?

—Completamente.

—Entonces, ¿por qué te dejó Cynthia?

—Una cosa es saltarse una norma y otra bien diferente hacer la vista gorda con un traficante de heroína.

—Pero era su hermano, ¡joder! ¿No podías darle otra oportunidad? Mirar hacia otro lado.

¡Coño!

—Dejemos eso, intentar recuperar todo aquello es como querer recomponer una niebla desecha por el viento.

—Que poeta está hoy el niño. ¿Quieres insinuar que después de haber pasado lo que ha pasado ahora lo harías de otra manera?

Aquella pregunta era un dardo envenado, estaba gastada de tantas veces como él mismo se la había hecho, y siemprecon la misma respuesta. Era superior a sus fuerzas, como si ese sentido del deber estuviera impregnado en su piel, y nadiedesea que el pellejo se lo arranquen a tiras.

La respuesta se hizo esperar, James no encontraba con las palabras adecuadas, así que empezó a girar las manos una en torno a la otra. Además, eso que había dicho Fabio del niño

poeta le había sentado como una patada en los genitales.

Mientras esperaba la respuesta, Fabio apuró el cigarrillo y antes de que se apagara sacó otro que encendió con lapunta candente del anterior. Entonces, al ver que James continuaba en silencio, insistió.

—¡Qué!, ¿no respondes? ¿Lo harías de otra manera? La respuesta es simple; sí o no.

—Sí, lo haría igual —contestó secamente y apostilló—: Si nadie respetara la ley, esto sería una selva.

Se hizo un silencio, ambos habían entrado en uno de aquellos terrenos pantanosos en los que nos hundimos por haber hablado con absoluta sinceridad.

Al final James rompió la mudez con el mismo tono de voz con el que se habla a un niño enfermo, con calma y suavidad.

—¿Tan diferentes somos?

Esas palabras y el tono en que las pronunció conmovieron a Fabio; en el fondo le daba la razón, solamente que en sentido práctico las cosas no funcionaban así, y eso lo tenía grabado desde bien joven.

—Mira, James, si antes fui duro contigo es porque eso de las películas de poli bueno y poli malo nos ha funcionadoestupendamente, pero desde que estás como ausente la cosa no marcha. Pero te voy a contestar a eso que preguntas explicándote una cosa que nadie sabe…

—Antes de que me expliques nada —interrumpió James—, lo que no entiendo es cómo podemos ser tandiferentes. Los dos hemos nacido en el setenta y ocho, tenemos cuarenta años, somos solteros y fruto de la generación de los años ochenta… Ya sabes, las tensiones de la guerra fría, el sida, las Maldivas, Chernóbil, la caída del muro de Berlín; por no hablar de la moda, los primeros videojuegos y especialmente la música: el pop rock y el thasch metal, Michael Jackson, Madonna, Fredy Mercury, Bruce Springsteen y Phil Collins, entre otros

—paró para tomar un respiro de su discurso—. ¿De verdad crees que somos tan diferentes?

Antes de contestar, Fabio dio una profunda calada, más que nada para tomarse un tiempo y ordenar su respuesta. Además, todo había tomado un giro elevado, tenía que estar a la altura, James era un blando, pero culturalmente superior a él.

—Teóricamente tienes razón, es verdad que las generaciones están asociadas a la edad de la juventud, digamos entre los dieciocho y los veinticinco, porque ahí se definen los proyectos de vida; pero también es cierto que losacontecimientos que suceden marcan la vida.

—¿Qué quieres decir con ello?

—Muy sencillo, tú naciste aquí y yo en Nápoles; esa es la diferencia.

—Sí, claro, pero llevas la tira de años en este país, ya eres norteamericano.

—Es verdad, pero obligado.

—¿Obligado?

—Mejor te lo cuento desde un principio.

James estaba totalmente expectante, conocía la leyenda urbana sobre aquella familia, se preguntaba si ahora le revelaría la verdad de esa patraña. Además, notaba que ahora le hablaba en un tono diferente, como más culto.

—Mi padre tenía una pequeña fábrica textil en las afueras de Nápoles. Yo tenía once años cuando tuvo que cerrar la fábrica antes que someterse a las mafias, que con mano de obra de esclavos inundaban el mundo con las falsificaciones de marcas de moda. Lo que los jueces y los policías dieron en llamar La Camorrapero que todos conocíamos como los adictos al sistema de Secondigliano, que era quien llevaba las riendas del tema textil.

—Pero ¿por qué tuvo que cerrar?

—Ya te lo he dicho, ponerse en contra de los clanes te convertía en un enemigo y tenías que sobrevivir. Y eso a los once años es duro, siempre vigilante, en cualquier esquina podía pasar algo, nadie estaba limpio y mientras más moríanmejor; el miedo era más firme. Por muy pequeño que seas, en apenas dos minutos se aprende a manejar un Kaláshnikov, que dicho sea de paso es más práctico que las pistolas. —Sus ojos se enturbiaron y bajó el tono de voz apesar de que nadie los podía oír—. Créeme, es muy duro ver cómo amigos caen, o por el sida, o por las batidas entre clanes; eso te endurece.

—No entiendo mucho. ¿Y la policía no os protegía?

—Claro la DDA, pero eso era en teoría.

—¿Qué es la DDA?

—La Dirección del Distrito Antimafia de Nápoles. Las batallas se libraban entre la guardia costera, por las drogas, y la policía aduanera, por el textil y los contrabandistas. Pero repito, en teoría. Y con eso no quiero decir nada, pero todo Dios chupaba del bote.

—¿Pero no sería todo el mundo?, digo yo.

—No todos, claro, prueba de ello es el macrojuicio del noventa y cuatro: El Espartaco. Yo tenía catorce años, perolo recuerdo como si fuera ayer: el proceso antimafia más grande jamás visto en Italia. Pero eso no quita para que mucha gente siguiera pringada.

—¿Políticos también?

—No seas ingenuo, no me hagas reír —dijo Fabio con una expresión de ironía en los labios que era mucho más que una clara afirmación.

—Ahora entiendo por qué sabes tanto de las mafias internacionales, siempre me habías dicho que ese era un temaque te fascinaba y por eso lo tenías tan estudiado. Bueno, después de lo que me has contado, supongo que entonces fue cuando os vinisteis aquí.

—Pues supones mal. Después nos trasladamos a Cancello, que es un pueblo a cuarenta

kilómetros de Nápoles. Allí el tío Giorgio tenía mucho terreno agrícola, especialmente de fruta. Nos acogió y nos convertimos en agricultores.

—Entonces todo se acabó, ¿no? —Fabio hizo un gesto apretando los labios en un pequeño mohín y negó con la cabeza—. Amigo, ¡no me digas que no se acabó!

—Ojalá hubiera sido así. Aquello fue, como se suele decir, salir de las brasas para meterte en el fuego.

—No entiendo, ¿quieres decir eso de salir de Guatemala para ir a Guatepeor? —preguntó James.

—Exactamente, lo has entendido de perlas. Verás, resulta que la Comunidad Europea…

—¿Qué tiene que ver eso ahora? —le cortó James en seco—. ¿No hablamos de Italia?

—¡Joder!, no me interrumpas, pronto lo vas a entender. Como te decía, Bruselas subvencionaba el exceso de fruta que los agricultores debían destruir.

—¿Y?

—Pues que los clanes hacían pasar por fruta excedida desechos de materiales de la construcción, escombros, hierros y cosas así; mientras los excedentes de fruta, por cuya destrucción los agricultores habían cobrado de la Comunidad Europea, se vendían en los mercados. Pero claro, para aquella operación se necesitaban terrenos para verterla mierda cuyo peso pasaba por ser fruta. Y mi tío y papá se negaron a dicho trapicheo. De nuevo, nos creamos un buen número de enemigos.

—¿Y nadie se dio cuenta del engaño?

—Sí, claro, de hecho en el noventa y seis hubo un juicio y papá y tío Giorgio fueron testigos de cargo importantes. Aima, creo recordar que llamaron a aquel proceso.

—Pero tu familia, por lo que veo, defendieron a ultranza la legalidad. ¿Dónde queda entonces lo que discutíamos antes sobre saltarse las normas? —insistió James.

—Eso no tiene nada que ver, no es comparable con lo tuyo. Después del juicio, las amenazas de muerte, laspersecuciones, el vivir medio escondido a un chico de diecinueve años le dan forma a su carácter. ¿Entiendes ahora por qué somos tan diferentes?

—Sí, claro, pero al venir aquí todo debió ser distinto para vosotros.

—Es que no es tan sencillo. Las cosas se complicaron. Tío Giorgio murió en un accidente de tráfico en CastelVolturno; en una recta y era un excelente conductor. Allí las cosas iban así. Como podrás suponer aquello no fue fortuito.Luego la fruta empezó a crecer enferma, la tierra se volvió estéril, pero papá no quiso venderla a los clanes mafiosos y fue cuando emigramos a Los Ángeles, donde nos acogió una familia de mamá. Y ya sabes, yo me saqué la licencia de detective. Tenía veintitrés años. Más tarde me vine al norte, a Chicago.

—Lo que no acabo de entender es eso de que la tierra se volvió estéril —dijo James.

—Pues sucedió tal como te lo cuento. Aquellos terrenos estaban heridos de muerte por el cáncer del tráfico de veneno.

—Sigo sin entender, ¿así de golpe sucedió eso?

—Los clanes cambiaron lo de la fruta por el vertido de cadmio, cinc, fangos de depuradoras, restos de pinturas y barnices, arsénico, plomo, escombros y cosas así. Para ello cada vez compraban más terrenos donde volcar toda esa mierda y contaminar toda la zona. Buscaban propietarios de terrenos agrícolas o canteras abandonadas para utilizarlas como vertederos ilegales. Por supuesto, con la complicidad de funcionarios, técnicos, empleados, políticos. Y ahora te digo eso claramente, por si te quedaba alguna duda. Con su vista gorda hacían un gran negocio: hacían pasar como gestión correcta el tratamiento de los residuos tóxicos cuando en realidad solamente los quemaban cuando sus vertederosestaban a tope. Todos ganaban a costa de envenenar la tierra y producir cánceres y otras enfermedades que fueron aflorando en la zona.

—Me dejas de piedra.

—Pues sí, esa es la pura verdad, ya lo ves. Y además te diré una cosa, eso no es solo en Italia, estoy seguro de que en otros países también sucede, claro que en menor medida, naturalmente.

—Aquí en los Estados Unidos eso es imposible que pase —dijo James.

—No estés tan seguro, allí donde hay un espacio escondido con un propietario dispuesto puede haber un vertedero.

—Sí tú lo dices, pero estoy seguro de que te equivocas.

—Te aconsejo que veas la película The Pelican Brief. La protagoniza Julia Roberts

—apostilló Fabio.

James recordaba perfectamente esa película, El Informe Pelicano, y además la de Erin Brockovich, con la misma artista de protagonista, pero no quiso comentar nada y se quedó callado.

Después de lo que había oído entendía por qué su socio tenía tanta mala leche y gestionaba los casos de manera tan diferente a la suya. Pero lo que no le cuadraba de la historia es que siendo su familia tan correcta dijera eso de las normas, en realidad él debería ser un férreo defensor de la ley.

—Y ahora supongo que has perdido todo contacto con eso —dijo James.

—Bueno, de una manera directa no, pero mantengo una fluida relación con mi amigo íntimo, Battista Mancini, que vive en Milán. La próxima vez que venga te lo presento.

—¿Y a qué se dedica tu amigo?

—Es periodista, corresponsal de un periódico alemán. Es un personaje dentro de la

información financiera y, no te creas, ha tenido problemas con la mafia italiana por ir siempre un poco más allá, sobre todo desde que su periódico sacó lo de los papeles de Panamá.

—Gracias por sincerarte conmigo, pero después de lo que me has contado quizás tú deberías ser un defensor de las normas, incluso más que yo —dijo James.

Fabio se le quedó mirando, no sabía si James no había entendido nada o él no se había explicado con suficiente claridad. Haría un último intento.

—Vamos a ver si lo entiendes. Repróchale a un amigo que no haya denunciado a su padre al enterarse de que había defraudado a la Hacienda Pública. O al médico que no le haya dicho a su madre enferma que le quedan tres semanas devida; o al abogado que defienda a un cliente aun sabiendo que es culpable. Y así podría darte muchos ejemplos.

¿Eso es saltarse las normas, aunque la finalidad sea más noble que la propia norma?

—preguntó Fabio.

—Pero todos tenemos en nuestra profesión una deontología o, si quieres, una ética.

—Esto nos llevaría a un debate ético que no es el caso. Lo que quiero que entiendas es que especialmente en nuestra profesión uno debe encontrar atajos para descubrir la verdad, y casi siempre la norma te dice que no te salgas de la autopista. ¿Lo entiendes ahora?

—Sí, claro —concedió James.

—Por cierto, de mi historia ni una palabra a nadie

—Soy una tumba —afirmo James—. Además, esto ha parecido más una conversación académica que de unos detectives. ¿No crees?

—Querrás decir de unos putos detectives que escarban en las almas de los demás para conocer la verdad —concluyó Fabio.

Ambos se pusieron a reír. Por la ventana se veía un horizonte salpicado por rascacielos donde la luz amarillenta del atardecer iluminaba las fachadas de vidrio. La ciudad de los vientos se preparaba para recibir la noche.

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