Dime la verdad · Capítulo I

Hasib estaba en el asiento trasero del coche. Quería dormir, pero no lo conseguía: se sentía inquieto y nervioso; además, en aquel pequeño utilitario de alquiler, su estatura de 1,90 y su gran envergadura no le permitían hacer muchas posturas buscando cierta comodidad.

Sus dos compañeros, Jamal y Mohamed, mayores que él, permanecían en silencio, uno de aquellos silencios majestuosos que anteceden a un sorpresivo acontecimiento.

La oscuridad de aquella noche del 7 de julio de 2005 se iba rindiendo a la cercanía del amanecer; el sonido monótono del motor adormecía la mente.

Hasib intentaba distraerse pensando en su reciente pasado, como una película de sus cortos diecinueve años. Reconocía que después de acabar de manera muy justa sus estudios en el instituto Mattehew Murria High School empezó una vida desordenada. Sus padres creyeron que un cambio de aires sería positivo para su hijo y lo mandaron a Pakistán. Para él aquel viaje significó una nueva vida, un antes y un después, como si se tratara de dos existencias distintas. Su visita a La Meca acabó de reafirmarle en su nueva manera de vivir. Abandonó sus ropas occidentales, que fueron sustituidas por la túnica islámica, y se dejó crecer la barba.

Hoy era diferente, vestía una cazadora oscura y unos pantalones vaqueros, era imprescindible ir así por la gran ciudad para pasar desapercibido.

Cuando lo recogió el coche a la puerta de su casa en el barrio de Holbeck, un suburbio de Leeds, pasaron cerca del centro comercial White Rose Shopping Centre, en Crowell, y entonces recordó que era en ese lugar donde solía reunirse con sus tres amigos y donde planeaban su nuevo futuro, bien diferente de cuando los tres jugaban al fútbol en un parque cercano a su casa.

Se hacían eternos los 226 kilómetros que separan Leeds de Luton, donde, una vez reunidos con Shehzad, que iba por su cuenta en otro coche, tomarían el tren hasta Londres.

Tenía que recordar muchas cosas; coger su mochila, comprar los pasajes de vuelta a Luton para tomar el coche y volver a su barrio, en Leeds, cuidar de no dar golpes en la mochila, y sobre todo no correr ni llamar la atención; una vez en la estación de King’s Cross, debería tomar el metro de la línea Norte. Sus otros tres compañeros, a su vez, irían a las líneas de Edgward Road, de Picadilly y de Aldgate, y finalmente se reunirían en King’s Cross para la vuelta.

Faltaba poco para la llegada a la estación, empezaba a amanecer, su pulso se aceleraba, intentaba calmarse pensando: «Todo saldrá bien, la semana pasada ya ensayamos todo el procedimiento». Y entonces se tranquilizaba.

Hasib Tar Hussain, al llegar a la estación y coger su mochila del maletero del coche, oyó una voz que le decía:

—Cuidado con esto, es material sensible; recuerda que debes tratarlo con sumo cuidado.

A Hasib aquello no le gustó, parecía como si lo trataran de descuidado, o por ser el más pequeño, para protegerlo; miró hacia atrás y vio la cara de Mohammad. Entonces enmudeció.

Mohammad Sidique tenía aspecto de hombre duro; por ser el mayor, con treinta y un años, todo el grupo le respetaba. Aceptaban su liderazgo como una cosa natural.

Jamal Germaine los miró a los dos y adivinando el pensamiento de Hasib, se puso a reír. Aquello rompió la tensión del momento.

Jamal no podía disimular que era extranjero en Inglaterra, a pesar de haber vivido en ese país desde los cinco años. Sus raíces jamaicanas no le abandonaban; ojos oscuros, barba delgada que resbalaba por sus pómulos para cerrarse en la barbilla como si de un cinturón se tratase, nariz achatada y piel bronceada, aparentando más edad de la que tenía, veinte años.

Cuando se convirtió al islam sólo consiguió abandonar el tráfico de drogas pero no su carácter violento y racista.

Era el 7 de julio, a las 7:45 de la mañana, cuando reunidos los cuatro tomaron el tren hacia la estación de King’s Cross. Durante el viaje no pararon de hacer bromas entre ellos. El trayecto era corto, de manera que pronto llegaron a la estación; los cuatro entraron en el metro de Luton, tomando cada uno de ellos diferentes direcciones, tal como ya tenían ensayado.

No era el día más adecuado para ir a Londres, la ciudad estaba un poco alterada, era el primer día de la 31ª Cumbre del G8. Por otro lado, tan sólo hacía dos días que se había iniciado el juicio del imán fundamentalista Abu Hamza. Sin embargo, estos acontecimientos no eran precisamente el comentario general de la gente en las oficinas, el metro, los buses y los pubs; lo importante era celebrar que el día antes Londres había ganado la partida a Madrid al ser elegida, como sede para los Juegos Olímpicos de 2012. Y aún los más jóvenes comentaban el reciente concierto de Live 8.

Hasib, mientras, caminaba asiendo las correas de su mochila con sus dos manos, aprovechaba que los codos le sobresalían para evitar encontronazos con el inmenso tráfico de personas que circulaban a aquella hora temprana hacia sus trabajos. Pensaba en el piso que habían alquilado en la zona de Hyde Park, en su ciudad, en Leeds, y lo útil que les sería para el futuro.

Mentalmente repasaba la suma que tenían almacenada de ácido sulfúrico, peróxido de hidrógeno (agua oxigenada), acetona y ácido clorhídrico suficiente para fabricar ciertas cantidades de peróxido de acetona (triperóxido de triacetona, peroxiacetona, TATP), catalizado con el clorhídrico.

En su mochila llevaba 4,5 kilos de TATP dentro de la nevera para mantenerlo a una temperatura de 10ºC, ya que una superior, un impacto o una fricción podían activar la extrema sensibilidad de las moléculas que actuarían a toda velocidad, explosionando en pocos minutos.

A las 8:50 se produjo la primera explosión en el tercer vagón de la línea Hammersmith & City.

Seguidamente, a los pocos segundos se produjo la segunda explosión en el segundo vagón de la línea de Picadilly. A las 8:51, la tercera explosión, en el primer vagón de Circle line.

A esa misma hora, Hasib no pudo hacer el viaje por el trayecto estudiado, ya que la línea Norte estaba ese día temporalmente fuera de servicio, así que salió a la calle.

Se activaron todas las alarmas, el centro fue ocupado por la policía y las ambulancias, Scotland Yard estableció un perímetro muy grande de seguridad y se cerró para todo el mundo.

A las 9:19 se declaró la alerta de código ámbar, y el metro de Londres cerró toda la red, los trenes fueron llegando a las estaciones y se suspendieron todos los servicios.Entre los miles de ciudadanos, quienes, no sabiendo lo que pasaba, buscaban medios alternativos para intentar llegar a su trabajo, Hasib circulaba a su lado, pensando que las cosas se habían torcido y nada salía como estaba previsto, según lo que tantas y tantas veces habían planeado a la salida de la mezquita de la calle Stratford en Beeston.


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